Nuestra Historia

Del mito a la realidad

Canarias en la Antigüedad

Los mitos clásicos

El mito constituyó la más temprana interpretación que dio el hombre al mundo que le rodeaba, con el mito ordenó la humanidad el caos exterior.  Por eso el mito es la explicación más antigua del mundo. La historia de todas las culturas humanas comienza con un mito que explica la creación del hombre.

Los antiguos griegos generaron una de las mitologías más ricas de la humanidad, fundamento de la civilización occidental. Entre aquellos mitos, Homero, el gran poeta de la Antigüedad, habla de los Campos Elíseos en La Odisea y los sitúa en el fin del mundo, lugar a donde van tras la muerte las almas de los héroes y hombres virtuosos. Allí viven dichosamente, pues no hay inviernos largos, ni lluvias, ni nieves y las brisas del océano refrescan los veranos. Muy probablemente, la progresiva colonización del Mediterráneo acabó por situar esta geografía mítica, casi siempre insular y fabulosa, allende el estrecho, en los confines del mundo conocido. Numerosos poetas, filósofos e historiadores posteriores hasta llegar al Renacimiento interpretaron y dieron forma al citado mito, identificándolo con los archipiélagos atlánticos que los viajeros púnicos y romanos visitaron por primera vez: islas paradisíacas con un clima benigno, cuya tierra produce toda clase de frutos sin necesidad de trabajo. 


Con el paso de los años, la tradición literaria identificó a las Islas Canarias con esta geografía mítica o locus amoenus. Viajeros extranjeros como Berthelot o Bory de Saint-Vincent, además de los autores locales (Viana, Carrasco, Torriani, etc.) reivindicaron la identificación del mito con el archipiélago. Así, las Islas de los Bienaventurados (makárôn nêsoi) y, en su caso, los Campos Elíseos, fueron ubicadas en estas latitudes; lo mismo ocurrió con el Jardín de las Hespérides, las Islas Afortunadas (en gran medida traducción de las Buenaventuras helenas). Finalmente, el de la Atlántida es el último gran mito clásico, entre cuyas innumerables ubicaciones se ha incluido al archipiélago, que para sus partidarios constituirían vestigios del continente sumergido. 


Primero viajeros

Las islas comienzan a salir del ámbito mitológico con los primeros viajeros antiguos. Los navegantes fenicios superaron el estrecho y fundaron colonias en la costa africana en el siglo VIII a.c. De las mismas fechas se han encontrado restos arqueológicos fenicios en la localidad de Mogador, actual Essaouira, situada a unos 400 km. al norte de Lanzarote. Para algunos las islas de Lanzarote y Fuerteventura serían las antiguas Purpurarias de los textos latinos. 

Desde la ciudad de Cádiz, fundación fenicia del 1100 a.c., los pescadores solían descender por la costa africana en busca del atún y la probabilidad de que hicieran escala en las islas es muy alta pudiendo, incluso, establecer factorías temporales destinadas a la salazón y transformación del pescado. 

Restos del naufragio de una nave fenicia en Lanzarote
Restos del naufragio de una nave fenicia en Lanzarote


Roma y Canarias

La primera noticia geográfica sobre unas Islas Afortunadas despojadas de referencias mitológicas la debemos a Estrabón (siglo I a.c.), que las sitúa hacia occidente, por la Mauritania, frente a Cádiz. Sin embargo, el testimonio más importante que ofrecen los autores antiguos sobre el archipiélago es obra de Plinio el Viejo (23-79), que en su Historia Natural menciona la expedición enviada por el monarca de Mauritania Juba II a las Islas Afortunadas, en la que por primera vez figuran sus antiguos nombres: Canaria, Nivaria, Junonia, Capraria, Ombrios, etc. 

El texto de Plinio tiene una gran importancia, pues constituye la primera referencia inequívoca sobre Islas Canarias, que salen definitivamente del ámbito legendario para entrar en el de la historia de occidente. En otro pasaje de su obra Plinio recoge el testimonio del general Suetonio Paulino y menciona la tribu africana de los canarii, ubicada en la cordillera del Atlas, en la zona oriental del actual Marruecos.


Hallazgos submarinos, como distintas ánforas encontradas en las costas de las islas, así como algunos grabados y yacimientos arqueológicos confirman la presencia romana en el archipiélago en fechas que van del siglo I a.c. al IV d.c. Los contactos comerciales, ya fuera en busca de materias tintóreas, pescado o el famoso garum, empleado como condimento alimenticio, parecen fuera de toda duda. Para algunos historiadores, el poblamiento de las islas fue obra de los romanos, que en fechas próximas al cambio de era trasladarían al archipiélago poblaciones norteafricanas rebeldes a la ocupación romana. Autores como el geógrafo Claudio Ptolomeo en su Guía Geográfica recogió la existencia de las Islas Afortunadas en el último lugar conocido hacia occidente.

Con la caída del Imperio Romano las Islas Canarias caen otra vez en el olvido, del que no serán rescatadas hasta el siglo XIV. Durante ese largo periodo las islas retornan al territorio del mito de la mano de autores cristianos, como Isidoro de Sevilla, o árabes, como al-Bakri. Nuevas leyendas sobre la evangelización de las islas, atribuida en unos casos a San Avito y en otros a San Brandán o San Maclovio, se sumarán entonces a los mitos clásicos.

Primeros pobladores: Los Guanches

Hace aproximadamente dos mil quinientos años zonas muy extensas del noroeste de África estaban pobladas por unos pueblos llamados bereberes, cuyos descendientes viven todavía en las zonas montañosas del actual Marruecos y otros países africanos. Las características físicas y las costumbres confirman que los guanches estaban emparentados con los antiguos bereberes. El poblamiento original de las islas, sin duda uno de los acontecimientos más importantes de la historia de Canarias, es todavía un misterio que los investigadores no han logrado desvelar totalmente. Hoy en día la opinión más extendida es que no llegaron por sus propios medios sino que fueron traídos por navegantes púnicos o romanos.

La sociedad aborigen

Como ocurre en casi todos los pueblos primitivos, los guanches vivían en familias muy amplias formadas por los padres, los hijos y otros parientes. Todos ellos moraban en cuevas o cabañas próximas y colaboraban en las diferentes tareas cotidianas: procurarse el sustento, mantener el fuego encendido, fabricar utensilios, etc. A medida que fue aumentando la población, los distintos grupos humanos dividieron el territorio en amplias zonas o bandos. En las islas con abundancia de agua y pastos había más población y, por tanto, mayor número de bandos: en la época de la conquista había cuatro bandos en La Gomera, nueve en Tenerife y doce en La Palma. Sin embargo, en aquellas islas con recursos escasos como Lanzarote y El Hierro la población era menos numerosa y el territorio no se dividía. Se ignora el número de habitantes que tenía el archipiélago antes de la conquista, pero se cree que podría ascender a 80.000 personas. El nombre de muchos bandos y lugares se ha mantenido hasta hoy: Tijarafe, Tacoronte, Gáldar, Jandía, Teguise, Benchijigua, Guarazoca, etc. Cuando surgía algún problema las familias recurrían a un jefe, llamado mencey en Tenerife y guanarteme en Gran Canaria. En este caso, el jefe convocaba un consejo o tagoror al que acudían personajes con experiencia, a veces ancianos, cuya autoridad era reconocida por todos. 

Tagoror ubicado en Teno Alto, Buenavista del Norte.
Tagoror ubicado en Teno Alto, Buenavista del Norte.

En las Islas Canarias no abundan los recursos naturales. Aunque los suelos volcánicos son fértiles escasea el agua y tampoco hay minerales útiles.  Por este motivo, los aborígenes aprovechaban al máximo los recursos naturales que había en las islas. La ganadería era el principal recurso de los aborígenes. La agricultura también era conocida, sobre todo en Gran Canaria, la cebada, llamada azamotán por los antiguos canarios, se utilizaba para hacer el gofio; también plantaban trigo, habas y arvejas. La dieta era complementada con los recursos procedentes de la pesca y el marisqueo, la caza y la recolección. Los niños también participaban en todos estos trabajos aprendiendo muy pronto a ser personas útiles para la comunidad.

Con las materias primas que la naturaleza ponía a su alcance fabricaban objetos y herramientas. De las cabras obtenían pieles para confeccionar sus vestidos o tamarcos, así como huesos y cuernos para elaborar punzones y anzuelos. También fabricaban molinos de piedra para hacer gofio y con la obsidiana elaboraban unas herramientas cortantes llamadas tabonas. Tenían también bastones y lanzas de madera, vasijas de barro (gánigos), agujas de espina de pescado, cucharas de lapas, bolsas e hilos de fibras vegetales, etc. Las condiciones de vida eran bastante duras y la lucha por la supervivencia era constante.

La naturaleza les proporcionaba, asimismo, un lugar donde vivir ya que los guanches habitaban casi todo el año en cuevas naturales situadas en los barrancos por donde corría el agua. En otras ocasiones habitaban cabañas de piedra con cubierta vegetal. En Lanzarote y Fuerteventura ocupaban también las llamadas casas hondas, en realidad cuevas volcánicas que se abren al nivel del suelo. Un caso especial es el de Gran Canaria, donde abundaban las cuevas artificiales excavadas en la roca, a veces pintadas (Cueva Pintada de Gáldar), así como poblados de cabañas muy bien construidas. Esto indica que en Gran Canaria había un mayor desarrollo cultural.

Vida espiritual

 Una vez al año, cuando comenzaba el verano, hombres y mujeres y, especialmente, los jóvenes, esperaban con alegría la celebración del beñesmén. Después de las cosechas, se reunían en grandes grupos para celebrar unas fiestas y se convidaban con carnes y otros alimentos mientras bailaban y competían entre ellos saltando, corriendo y luchando. De esta manera mostraban su agradecimiento al dios supremo, llamado Achamán en Tenerife y Alcorán en Gran Canaria, por los frutos recibidos a lo largo del año. 

En cambio, todo era respeto y veneración cuando se hablaba de los muertos. Cuando el difunto había sido algún jefe u otro personaje destacado, los guanches acostumbraban a momificar el cadáver. Por último, los familiares depositaban la momia en una cueva inaccesible situada en lo alto de un risco o en la ladera de un barranco. De esta manera honraban a sus muertos y los preservaban para la eternidad. En el Museo Canario de Las Palmas y en el Museo Arqueológico de Santa Cruz de Tenerife pueden observarse varias de estas momias en muy buen estado de conservación. 

Momias expuestas en el Museo de la Naturaleza y el Hombre, Santa Cruz de Tenerife
Momias expuestas en el Museo de la Naturaleza y el Hombre, Santa Cruz de Tenerife

Conquista de Canarias

Redescubrimiento

Tras la caída del Imperio Romano las Islas Canarias dejaron de ser visitadas por los navegantes y su conocimiento se perdió. Lanceloto Malocello arribó a Lanzarote hacia 1312 y dio su nombre a la isla.  Por las mismas fechas el archipiélago comenzaba a ser visitado por marinos catalanes y mallorquines y en 1351 el papa creaba el Obispado de la Fortuna con sede en Telde. De esta época datan los actuales nombres de las islas. El Redescubrimiento de las Islas Canarias fue un acontecimiento histórico de gran importancia pues supuso el inicio de la expansión geográfica europea que culminaría más tarde con la apertura de la ruta hacia las Indias Orientales y con el descubrimiento del Nuevo Mundo.

Conquista Señorial

La conquista de las Islas Canarias fue un largo proceso que duró casi un siglo, distinguiéndose al menos dos periodos. La primera etapa, conocida como conquista señorial, fue emprendida en 1402 por dos caballeros franceses, el normando Jean de Bethencourt y su socio Gadifer de la Salle. Primero desembarcaron en la isla de La Graciosa y posteriormente se dirigieron al sur de Lanzarote, tomando tierra en el lugar conocido como El Rubicón (actual Playa Blanca), donde fundaron la localidad de San Marcial, primer asentamiento de los europeos en territorios descubiertos hacia occidente.

A continuación se emprendió la conquista de Fuerteventura, ultimada en 1405 a pesar de las desavenencias entre Bethencourt y Gadifer, que construyen los castillos de Rico Roque y Valtarajal, hoy desaparecidos. Por las mismas fechas los normandos desembarcaron en El Hierro, cuya población había sido muy castigada por las expediciones esclavistas. Bethencourt se vale del engaño para capturar al jefe Armiche y a otros herreños, tomándolos como esclavos. Como en Fuerteventura, las crónicas hablan de la existencia de un hechicero llamado Ione que pronosticó la conquista de la isla. Algunas familias de origen europeo se establecieron en El Hierro. Finalmente, la conquista de La Gomera no fue tanto el resultado de una campaña militar como el fruto de una ocupación paulatina garantizada por los pactos contraídos con los aborígenes.  Hernán Peraza el Viejo construye la llamada Torre del Conde y consolida la presencia europea en la isla, sin embargo, la asimilación progresiva de los aborígenes no impidió frecuentes revueltas debido a los abusos cometidos por los conquistadores. La más grave la instigó Hupalupa en 1488 , saldándose con la muerte de Hernán Peraza el Joven y la dura represión subsiguiente dirigida por su viuda Beatriz de Bobadilla y el conquistador de Gran Canaria, Pedro de Vera. Esta fecha es tomada para poner fin a la conquista de la isla.

Conquista de Realengo

La rivalidad con la Corona de Portugal obligó a los Reyes Católicos a comprar a los señores de las islas, el derecho a conquistar las islas que aún no habían sido sometidas (Gran Canaria, La Palma y Tenerife).  De este modo, en 1477 se iniciaba el dominio directo de las Islas Canarias por parte de la Corona castellana. Los reyes concedieron el mando de las operaciones a Pedro de Vera. La muerte de Doramas en la batalla de Arucas y la captura del guanarteme de Gáldar, Thenesor Semidán, así como la destrucción sistemática de los recursos alimenticios de los canarios, obligó a los aborígenes a refugiarse en las zonas más inaccesibles del interior de la isla. Después de cinco años de campaña militar, en julio de 1483 se dio por concluida la conquista de la isla.

La conquista de La Palma se inició en 1492. Alonso Fernández de Lugo, que había colaborado con Pedro de Vera en Gran Canaria, desembarcó en Tazacorte e inició la penetración hacia el interior de la isla. Bajo el mando de Tanausú los aborígenes resistieron a los castellanos, que finalmente recurrieron al engaño. Atraído para parlamentar a los llanos de Aridane, el líder de la resistencia fue capturado y enviado como esclavo a la Península, muriendo en el trayecto. La conquista se dio por concluida en mayo de 1493.

La conquista de Tenerife fue emprendida por el mismo Alonso Fernández de Lugo en 1494. Ultimados los preparativos en Sevilla y Gran Canaria, los castellanos desembarcaron en la costa de Añazo, actual Santa Cruz. Esta campaña se saldó con una grave derrota en La Matanza de Acentejo, desbandada en la que el propio Lugo estuvo a punto de morir. Reorganizado el ejército y provisto de nuevos apoyos, Lugo retorna a Tenerife a finales de 1495 y traba combate con los guanches, dirigidos por Bencomo y Tinguaro, en la batalla de La Laguna, obteniendo una primera victoria gracias a la eficaz intervención de la caballería en campo abierto. Con posterioridad Lugo prosiguió su avance por el norte de la isla celebrando una segunda y definitiva victoria en el lugar conocido desde entonces como La Victoria de Acentejo. La conquista de la isla concluye en 1496 con la rendición y el bautismo de los menceyes guanches. Con la rendición de Tenerife el archipiélago quedaba plenamente incorporado a la Corona de Castilla.

Colonización de las Islas Canarias

La colonización es el periodo de la historia de Canarias que sucede a la conquista y durante el cual la cultura europea se introduce en el archipiélago en sustitución de las culturas aborígenes. Este proceso dura varias décadas en cada una de las islas, dando lugar a una nueva sociedad caracterizada por la diversidad de los elementos que la constituyen, más complejos en las islas de realengo, donde se observan ámbitos urbanos claramente cosmopolitas, y menos complejos en las de señorío. 

Concluida la conquista, la ocupación del territorio se plasma en primer lugar mediante el repartimiento de tierras y aguas entre los conquistadores, colonos, banqueros y comerciantes que han financiado la conquista, la Iglesia, los recién creados Cabildos, etc., así como entre un reducido número de aborígenes que han colaborado con los conquistadores. Las datas de tierra atrajeron pobladores andaluces, castellanos, gallegos, portugueses y de otras regiones a las islas de realengo, lo que permitió una lenta recuperación demográfica tras el desplome poblacional sufrido durante la conquista. 

El atractivo ejercido por la puesta en explotación de las islas, así como la propia ubicación del archipiélago en la ruta hacia América, favoreció la aparición de una sociedad cosmopolita en las principales localidades portuarias (Garachico, Las Palmas, Santa Cruz de La Palma) y en algunas ciudades como La Laguna. Esta diversidad demográfica, la variedad de usos y costumbres, las múltiples aportaciones lingüísticas o la temprana influencia americana configuraron desde su nacimiento la identidad de la nueva sociedad establecida en el archipiélago.

A su vez, las islas de señorío, de recursos más limitados, sufrieron los abusos de los señores y además, en el caso de las orientales, los frecuentes ataques berberiscos, por lo que registraron un acusado despoblamiento. Las capitales insulares (Teguise, Betancuria y San Sebastián) serían las principales localidades. Las protestas y motines contra los señores no tardan en surgir, como el promovido por los vecinos de Lanzarote en 1477 reclamando el traspaso de la isla a la jurisdicción real. Hacia 1585 la población de las islas de señorío rondaba los mil habitantes cada una, algo menor en Lanzarote a pesar de la repoblación con moriscos capturados en la costa africana, y superior en Fuerteventura. La Palma contaba con 5.580 habitantes, Gran Canaria con 8.545 y Tenerife, la más poblada, con 20.350.

 Actividades económicas

La colonización supuso la puesta en explotación del territorio insular mediante la introducción de las prácticas, técnicas y productos conocidos en la metrópoli. A las islas llegaron primero las especies agrícolas y ganaderas propias del ámbito peninsular y mediterráneo como las hortalizas, frutales, leguminosas, nuevos cereales y especies ganaderas como el vacuno, el equino, gallinas, conejos, etc. Después arribarían las especies americanas como el tomate, la papa o el millo. Todos ellos constituirían el sector productivo destinado al abastecimiento interior, el más importante de las islas por la superficie cultivada (en buena parte terrenos de secano ubicados en las medianías), la población activa, etc. La puesta en explotación de las islas produjo una honda transformación del paisaje isleño: deforestación, nivelación de terrenos, aprovechamientos hidráulicos, apertura de vías de comunicación, urbanización, etc.

Singular fortuna tuvo la introducción de la caña de azúcar en Gran Canaria. Traída por Pedro de Vera desde Madeira, se extendió por las zonas costeras de las islas centrales y La Palma, convirtiéndose pronto en el principal cultivo de exportación. Exigente en riego, ocupó las mejores parcelas costeras, cuya roturación requirió fuertes inversiones de capital. Embarcada en los puertos y caletas isleños por comerciantes generalmente extranjeros, el azúcar era enviado a Flandes (Amberes), Italia (Génova), Holanda, Inglaterra, alcanzando el archipiélago el sobrenombre de Islas del Azúcar. Con el cultivo de la caña, Canarias se incorporó a los circuitos económicos internacionales, más concretamente norte-europeos, en los que ha permanecido integrada, en mayor o menor medida, hasta la actualidad. Comprobada su viabilidad en el archipiélago, muy pronto la caña de azúcar sería llevada a América, confirmando así que Canarias y los otros archipiélagos atlánticos constituyeron los primeros escenarios geográficos donde habría de ensayarse el programa colonizador que después se aplicaría en América. 

Las instituciones de gobierno

La primera medida adoptada por los conquistadores después someter cada una de las islas consistía en la fundación del cabildo o ayuntamiento a semejanza de Castilla con jurisdicción sobre todo el territorio insular.  En un principio, las funciones desempeñadas por los cabildos eran muy extensas: obras públicas, abastecimiento, sanidad, defensa de la isla, hacienda, justicia, etc., contando para ello con recursos derivados de la explotación de los montes, salinas, rentas urbanas, impuestos sobre pastos, colmenares, etc. En las islas de señorío los cabildos serían simples instrumentos en manos de los señores, mientras en las de realengo estaban controlados por una elite de grandes propietarios y comerciantes, cuyos miembros ocupaban los cargos de regidores y funcionarios de más alto rango. 

Para unificar la administración del archipiélago se creó en 1526 la Real Audiencia con sede en Las Palmas. Con el propósito de mejorar la defensa de las islas ante los frecuentes ataques piráticos Felipe II creó en 1589 la Capitanía General, posteriormente suprimida ante las protestas de los cabildos y restablecida definitivamente a comienzos del siglo XVII.

La Iglesia era otra de las grandes instituciones vertebradoras de la nueva sociedad. Su poder económico e influencia social eran extraordinarios: parroquias y conventos poseían grandes extensiones de tierra, percibían el diezmo y ejercían competencias exclusivas en materia educativa y de beneficencia. 

Cultura

Junto a las manifestaciones de la cultura popular (arquitectura tradicional, folklore, artesanía, etc.) arraigarán pronto en el archipiélago los lenguajes artísticos adoptados por las elites europeas. El gótico y el mudéjar están presentes en numerosas edificaciones de las islas de señorío desde el siglo XV, pasando luego al resto del archipiélago (Catedral de Santa Ana, Casa Gadea-Mansel). Desde el norte de Europa arribarán a las islas numerosas piezas artísticas (imágenes, retablos, trípticos, etc.) de factura gótico-flamenca, como el retablo de San Juan de Telde o la Adoración de los Reyes de Taganana. 

Otras, como el Cristo de La Laguna, son de inspiración andaluza. El renacimiento se mostrará en edificios civiles como el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma o en viviendas como el Palacio de Lercaro en La Laguna. De estas fechas data el origen de los principales conjuntos monumentales del archipiélago: Santa Cruz de La Palma, Vegueta en Las Palmas y La Laguna. El autor literario más importante del siglo XVI fue el poeta Bartolomé Cairasco (1538-1610); con posterioridad surge la figura del también poeta Antonio de Viana (1578-¿)

Canarias Siglo XVII

Sociedad y administración

La expansión económica registrada en las islas durante la mayor parte del siglo XVII estimuló el incremento demográfico. Si en 1585 la población total del archipiélago podía rondar los 30-40.000 habitantes, en 1688 ascendía ya a 105.375, de los que aproximadamente la mitad residía en Tenerife.

La estructura social establecida durante la colonización se mantuvo vigente durante el siglo XVII. El grupo dominante, constituido por los grandes propietarios y la burguesía comercial, esta última de origen mayoritariamente extranjero, consolidó su poder debido al enriquecimiento producido por el auge del cultivo y las exportaciones vinícolas.

La mayor parte de la población constituía el grupo dependiente: pequeños y medianos propietarios agrícolas, jornaleros, artesanos, sirvientes, mendigos, esclavos, etc. La situación de este grupo era generalmente penosa y su suerte podía variar radicalmente de signo debido a una sequía o cualquier otra calamidad. La falta de recursos, el hambre, los abusos, la violencia ejercida por el grupo dominante daban lugar a frecuentes conflictos sociales (motines) y a un flujo migratorio constante.

La creciente complejidad social obligó a crear nuevas instituciones para garantizar el gobierno de las islas. La autoridad ejercida por los gobernadores y cabildos nombrados después de la conquista debió ser compartida con instituciones de ámbito regional como la Capitanía General establecida en 1589, aunque su funcionamiento efectivo data de 1629

 Islas del vino

Durante la segunda mitad del siglo XVI las exportaciones azucareras sufrieron la competencia del azúcar procedente de las Antillas y el cultivo entró en decadencia. Sin embargo, la economía isleña se restableció muy pronto debido a la elevada demanda registrada por los vinos canarios en los mercados del norte de Europa. La expansión de la vid benefició a buena parte del archipiélago y muy especialmente a Tenerife, centro de las exportaciones. Los vinos canarios, malvasías y vidueños, tuvieron su principal mercado en Inglaterra, Holanda, Francia y otros países europeos, pero a lo largo de los siglos XVII y XVIII también fueron enviados al imperio colonial portugués, a las Indias españolas y a las colonias británicas de Norteamérica.

Piratas y corsarios en Canarias

Desde comienzos del siglo XVI los principales puertos del archipiélago fueron una escala imprescindible en la ruta entre Europa y las colonias españolas en América. En las islas recalaba la flota de Indias en su viaje de ida, por las aguas que median entre Azores y Canarias discurrían numerosos piratas y corsarios que aguardaban su paso con ánimo de hacerse con el rico botín. Durante más de tres siglos las Islas Canarias sufrieron la amenaza de piratas y flotas enemigas que trastornaban el normal desarrollo del comercio, cuando no eran objeto de asaltos y desembarcos que asolaban poblaciones enteras.

Entre los más conocidos ataques ingleses destacan los llevados a cabo por Francis Drake contra Santa Cruz de La Palma en 1585 y Las Palmas en 1595. Al año siguiente la armada inglesa vuelve a atacar varios puertos del archipiélago. Los ataques a las islas orientales por piratas argelinos y el apresamiento de buques de cabotaje y embarcaciones pesqueras fueron episodios frecuentes. El último gran ataque sufrido por las islas es el dirigido en 1797 contra Santa Cruz de Tenerife por una flota inglesa comandada por el contraalmirante inglés Horacio Nelson.

Ante la frecuencia de los ataques y la inseguridad permanente de las islas, el rey Felipe II creó la Capitanía General y envío al archipiélago al ingeniero italiano Leonardo Torriani con el objetivo de mejorar las fortificaciones. Durante más de trescientos años, las islas fueron defendidas por las milicias canarias, constituidas por los vecinos encuadrados en regimientos, batallones y compañías con jurisdicción sobre cada una de las islas y comarcas.

El barroco en las Islas Canarias

Diversos motivos, entre ellos la situación geográfica, explican que los estilos artísticos llegaran con retraso al archipiélago durante los siglos posteriores a la conquista. No obstante, una vez establecidos en las islas su presencia se mantenía durante largo tiempo, mostrando manifestaciones arcaizantes. Así ocurre con el barroco, cuya introducción en las islas es tardía y muy lenta, conviviendo con expresiones del clasicismo tardorenacentista. Por eso, el siglo XVII puede ser calificado como un periodo de transición. En el caso de la arquitectura los estilos artísticos consisten con frecuencia en elementos aislados, como portadas, ventanas o arcos, presentes en edificaciones de arquitectura tradicional. Ejemplos notables de arquitectura doméstica del siglo XVII en el archipiélago son el Palacio de los condes del Valle de Salazar y la Casa Alvarado Bracamonte en La Laguna, así como las casas de Lercaro y de los Balcones en La Orotava. De esta ciudad es también la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, inaugurada en 1788, probablemente la mejor muestra de edificio religioso de estilo barroco levantado en las Islas Canarias. Destaca también el templo de San Francisco de Borja en Las Palmas, erigido en el siglo XVIII.


A partir de mediados de siglo aparecen pintores como Gaspar de Quevedo y Cristóbal Hernández de Quintana. En la escultura destacaron imagineros como Antonio de Orbarán o José Rodríguez de la Oliva, este último en el siglo XVIII. En la época barroca el arte de los retablos, combinación de arquitectura, escultura y pintura, adquirió un gran desarrollo en las islas, siendo muy notable la influencia sevillana, portuguesa y americana.

Canarias Siglo XVIII

Sociedad

El primer tercio del siglo XVIII es un periodo crítico por la larga serie de calamidades naturales que se registran en las islas: malas cosechas, langosta, erupciones, aluviones, epidemias, hambrunas, etc. Entre 1704 y 1706 se registran cuatro erupciones en Tenerife, entre ellas la de Garachico, que destruyó el puerto y la prosperidad de aquella localidad. En 1712 otra en La Palma, y entre 1730 y 1736 la larga serie de erupciones de Timanfaya en Lanzarote, que arrasó un tercio de la isla. El principal azote de los cultivos, sin embargo, lo constituyen las plagas de langosta. Como consecuencia de lo anterior y de las prolongadas sequías se desencadenan hambrunas que afectan en general a todo el archipiélago, pero muy especialmente a las islas de Lanzarote y Fuerteventura. El hambre catastrófico de 1721 produjo una mortandad superior a las 7.000 personas sólo en Gran Canaria. Por fin, el archipiélago sufrió el azote frecuente de las epidemias: peste en 1691-92, fiebre amarilla en 1703 y 1706, nuevas epidemias en 1741 y 1769, viruela en 1780 y 1799, etc. Aún así la población pasó de 105.375 habitantes en 1688 a 192.189 en 1802. La elevada tasa de natalidad (superior al 40 º/oo) explica dicho aumento demográfico.


La sociedad permaneció dividida en dos grandes bloques. El grupo dominante estaba formado por grandes propietarios ennoblecidos que residían en Las Palmas, La Orotava, La Laguna y otras localidades, así como por la burguesía comercial establecida en los principales puertos como Santa Cruz de Tenerife, el Puerto de la Cruz, etc., en su mayoría de origen extranjero (Valois, Cologan, Power o La Hanty). En cambio, la inmensa mayoría de la población constituía los grupos sociales dependientes: campesinos, artesanos, pequeños propietarios, etc. Para poder subsistir era habitual el desempeño de varios oficios a lo largo del año, pudiendo combinarse la vendimia en Tenerife, con la siega en Fuerteventura, las actividades artesanales, etc. Las jornadas de trabajo eran muy largas y los salarios generalmente escasos. La emigración a América constituía una de las pocas alternativas que restaba a buena parte de la población, especialmente a los jóvenes.

El siglo XVIII ofrece en Canarias un panorama teñido de crisis y conflictos de diversa naturaleza. El aumento de los impuestos y la ocupación de tierras por los grandes propietarios endurecieron las condiciones de vida. La tensión social se manifestó en múltiples conflictos que afectaron a la práctica totalidad del archipiélago. Entre ellos cabe citar el motín de La Laguna (1710), Lanzarote (1714), La Orotava , Agüimes y El Hierro (1718), el motín y asesinato del Intendente Cevallos en Santa Cruz de Tenerife (1720), disturbios con motivo de la moneda falsa en Santa Cruz de Tenerife (1734), motín en Fuerteventura (1736), motines en La Gomera (1743 y 1762), motín en la Aldea de San Nicolás de Tolentino (Gran Canaria) (1777), Las Palmas (1797), Arucas (1800), etc.

Economía

Resulta ostensible la decadencia en la exportación de los vinos de malvasía, que tanta prosperidad habían dado a islas como Tenerife y La Palma, debido a la pérdida de los mercados europeos y a la pésima situación del comercio con Indias. La competencia de los vinos de Madeira, Oporto y Jerez, así como el proteccionismo de Gran Bretaña provocaron el desplazamiento de los vinos canarios en el mercado inglés. Asimismo, se incrementó la inseguridad debido a la conflictiva situación internacional (Guerra de Sucesión española entre 1700 y 14, guerras napoleónicas, etc.), resultando habitual la presencia de corsarios en aguas de Canarias. Sin embargo, a partir de 1796 las exportaciones de vinos a Inglaterra experimentaron una breve recuperación durante el bloqueo de los puertos europeos impuesto por Napoleón a los buques británicos.

Al mismo tiempo que las exportaciones vinícolas sufrían un franco declive se registró una expansión de la agricultura de autoconsumo (cereales, papas, legumbres, ganadería etc.) en las zonas de medianías, especialmente en la isla de Gran Canaria, donde el cultivo de la vid había alcanzado menor desarrollo. Por fin, viejos productos de recolección como la barrilla y la orchilla, muy abundantes en Lanzarote y Fuerventura, reaparecieron como renglones comerciales y aliviaron la situación de muchas familias.

La Ilustración

El siglo XVIII fue un periodo de esplendor cultural desconocido hasta la fecha en el archipiélago. Las intensas relaciones comerciales mantenidas con los países del norte de Europa y la nutrida colonia de comerciantes extranjeros que desarrollaban su actividad en los principales puertos del archipiélago son las causas que favorecieron el arraigo de la Ilustración en las islas. Las tertulias integradas por miembros de la nobleza local, eclesiásticos y otras personalidades locales fueron los principales centros de difusión de las ideas ilustradas en el archipiélago. En La Laguna fue célebre la Tertulia de Nava, reunida en torno a Tomás de Nava y Grimón, marqués de Villanueva del Prado, en la que participaron José de Viera y Clavijo, Fernando de la Guerra y el marqués de San Andrés.

Los ilustrados promovieron también la creación de las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, la introducción de nuevos cultivos, la aparición de los primeros periódicos, como el Papel Hebdomadario o El Personero, etc, la introducción de la imprenta en 1751, la fundación del Seminario Conciliar en Las Palmas en 1777 la creación del Jardín Botánico de La Orotava en 1791 o la Universidad de La Laguna en 1792.

Madrid y la corte fueron el escenario donde brillaron la mayor parte de los ilustrados canarios. Hubo personajes muy influyentes en la administración como Antonio Porlier y Sopranis, ministro de Gracia y Justicia, o Bernardo de Iriarte, miembro del Consejo de Estado. Domingo de Iriarte fue embajador de España en París Otros personajes relevantes fueron Agustin de Bethencourt, ingeniero general de puertos y caminos que en 1807 pasaría al servicio de los zares, José Clavijo y Fajardo, natural de Teguise y autor de una interesante obra científica y teatral, Tomás de Iriarte, célebre escritor y fabulista (El Burro Flautista, Los dos conejos, El pato y la serpiente...), etc.


José Viera y Clavijo (1731-1813). Sacerdote nacido en Los Realejos Fue arcediano de Fuerteventura y canónigo de Las Palmas. Su obra es muy diversa: literatura, historia, botánica, etc. Destacan Noticias sobre la historia general de las Islas Canarias, publicada entre 1772 y 1783, y el Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias. Fue el principal animador de la Tertulia de Nava.

Diego Nicolás Eduardo (1733-1798). Natural de La Laguna, introdujo la arquitectura neoclásica en Canarias. Estudio en La Laguna y en la Península y, a su vuelta, a las islas fue racionero de la catedral de Canarias. Entre sus trabajos destacan la iglesia de Santiago de los Caballeros de Gáldar, la fachada de la catedral de Las Palmas y una parte de la Concepción de La Laguna.

Alonso de Nava y Grimón (1756-1832) Marqués de Villanueva del Prado. Natural de La Laguna y uno de los principales hacendados del archipiélago.

Manuel Verdugo y Albiturría (1749-1816) Natural de Las Palmas y primer canario que ostentó el obispado de Canarias. Obispo ilustrado opuesto al Santo Oficio.

Canarias - América

Canarias, camino para las Indias

Las Islas Canarias están vinculadas a América desde el mismo momento del descubrimiento. En La Gomera hizo escala Colón durante su primer viaje, en las islas permaneció alrededor de un mes reparando sus embarcaciones, haciendo agua y aprovisionándose, antes de zarpar buscando el favor de los vientos alisios. El descubrimiento del Nuevo Mundo fue posible desde Canarias, pero América saldó si cabe esta deuda transformando a Canarias, hasta entonces extremo del mundo conocido y poco más que una posesión periférica de la Corona de Castilla, en una de las principales encrucijadas de la época. A partir de 1492 las Islas Canarias cobraron una importancia estratégica de primer orden que sería ambicionada por todas las potencias europeas rivales de Castilla, como puso de manifiesto la serie ininterrumpida de ataques navales que sufrió el archipiélago a lo largo de tres siglos.


Los principales puertos de las islas fueron escala obligada en el viaje de ida, aunque menos frecuentados en el de vuelta, que discurría por latitudes más septentrionales. Sin embargo, en Canarias embarcaban tripulantes y pasajeros, mercancías y suministros, variedades agrícolas y ganaderas que luego se aclimataron en las tierras recién descubiertas. Al mismo tiempo, en el archipiélago hacían escala los productos procedentes de las Indias, el oro y la plata, materias tintóreas como el palo de Brasil o alimentos desconocidos en Europa como el millo, las papas, el tomate y el pimiento, que revolucionaron nuestra dieta y arraigaron en las islas constituyendo en la actualidad un valioso patrimonio genético.

Después de Colón numerosos viajeros y conquistadores hicieron escala en las islas, incorporando a sus expediciones marineros, soldados y colonos originarios del archipiélago. Durante muchos años las islas fueron asiento temporal de individuos y familias procedentes de otros rincones de la corona española que aguardaban la primera oportunidad para dar el salto a las Indias. En 1502 pasa por Gran Canaria y La Gomera Juan de Ovando camino de La Española; en 1514 lo hace Pedrarias Dávila en su viaje a Panamá, cincuenta isleños se incorporan a la expedición; en 1515 hace escala en La Gomera Juan Díaz de Solís camino de los Mares del Sur; cuatro años después Magallanes se refugia en el sur de Tenerife huyendo de los portugueses durante el primer viaje que dio la vuelta al mundo; otras expediciones fueron comandadas por Francisco Pizarro, Pedro de Mendoza, Hernando de Soto, Cabeza de Vaca, etc. Entre los mismos conquistadores no faltaron isleños, como Pedro Fernández de Lugo, segundo Adelantado de Tenerife, que en 1535 obtuvo una capitulación para poblar la región de Santa Marta en Colombia y aparejó siete buques en los que embarcó varios cientos de colonos isleños.

Los canarios en América

Con aquellas expediciones la aportación de Canarias al poblamiento de América no había hecho más que empezar. A lo largo de los siglos siguientes la corriente migratoria desde el archipiélago fue continua, experimentando altibajos en razón a las coyunturas económicas vividas en las islas o los proyectos colonizadores de la Corona. El aumento demográfico registrado en Canarias y la relativa facilidad con que podía viajarse a las Indias son otras de las razones que explican el mantenimiento de la emigración a América. A lo largo de los siglos XVII y XVIII la emigración de isleños, como eran conocidos los colonos canarios en América, contribuyó a aliviar el excedente de población en las islas, al tiempo que satisfacía las demandas de emigrantes expresadas por los gobernadores de Puerto Rico, Florida, Cumaná, La Habana, etc. En contrapartida a los permisos concedidos a las islas para comerciar con algunos puertos americanos, la Corona estableció en 1678 el llamado "derecho de familias", calificado por algunos como "tributo de sangre", según el cual las islas estaban obligadas a embarcar cinco familias por cada cien toneladas de mercancías exportadas hacia América. La emigración isleña se ha dirigido tradicionalmente hacia Cuba, Venezuela y otras zonas del Caribe como Santo Domingo y Puerto Rico. El Río de la Plata y particularmente Uruguay fue otro importante destino, finalmente algunos países centroamericanos, así como ciertas regiones meridionales de los actuales Estados Unidos recibieron también destacados contingentes de emigrantes isleños.

En algunos de estos países los canarios fundaron importantes localidades. En 1693 veinticuatro familias canarias fundaron Matanzas en Cuba. Es el caso de Montevideo, fundada en 1726-29 por ochenta familias canarias procedentes de todas las islas, cuya misión consistía en poblar y defender aquellos territorios de la incursión de los portugueses, asentados en el vecino Brasil. Así ocurrió también con San Antonio de Texas, establecida en 1731 por varias familias canarias para poblar una región que, salvo algunas misiones y las tropas de guarnición, apenas contaba con colonos procedentes de la metrópoli. De nuevo en el periodo 1778-82 el rey Carlos III envió a numerosas familias de las islas a poblar el territorio de la Louissiana en los actuales Estados Unidos, con el objetivo de evitar que los ingleses accedieran al Golfo de México y amenazaran una de las principales zonas del Imperio español en América. De las localidades fundadas entonces por los canarios en el curso bajo del río Mississipi, la más importante es San Bernardo, situada actualmente en las proximidades de New Orleans. Otras poblaciones isleñas fueron fundadas en Yucatán, Puerto Rico, Santo Domingo, Costa de los Mosquitos, etc.

La huella dejada por algunas personalidades isleñas en América ha sido muy destacada. En el siglo XVI destaca la figura del lagunero José de Anchieta (1533-1597), jesuita formado en Portugal que se trasladó a Brasil, donde desplegó una intensa labor misionera. Allí se distinguió por la defensa de los indígenas dando ejemplo de pobreza. Fundó la ciudad de Sao Paulo y es conocido como el Apóstol de Brasil. Otra personalidad sobresaliente es la del hermano Pedro de Betancur (1626-1667), que desarrolló una notable labor en Guatemala en defensa de los más pobres y los indios. La iglesia ha exaltado su figura nombrándolo santo. En Chile desarrolló una actividad similar el majorero Andrés García Acosta (1800-1853). A comienzos del siglo XIX numerosos isleños desempeñaron un destacado papel en las guerras de Independencia. Algunos incluso se anticiparon, como Juan Francisco de León en 1749 dirigiendo una rebelión contra la Compañía Guipuzcoana de Caracas. En 1811 el venezolano hijo de canarios Francisco de Miranda (1750-1816) lideró el primer intento de independencia de su país. Miranda fue una de las grandes figuras americanas de su tiempo: luchó en la guerra de independencia de los Estados Unidos, fue mariscal de campo del ejército francés, viajó por toda Europa, colaboró con Bolivar, etc. José Antonio Páez y José María Vargas, primeros presidentes de Venezuela, también fueron de origen isleño. A su vez, el bando fiel a la Corona fue dirigido por generales nacidos en el archipiélago, como Domingo Monteverde y Francisco Tomás Morales. En el Río de la Plata los independentistas contaron con la figura del tinerfeño de origen irlandés Domingo Cullén. Entre los partidarios de la independencia de Cuba llegaron a figurar seis generales canarios. José Martí, padre de la independencia cubana, era asimismo hijo de canaria. Otros dirigentes de la historia reciente de Venezuela, como Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, eran igualmente de ascendencia canaria.

La emigración contemporánea

A lo largo del siglo XIX las crisis económicas del archipiélago, así como los conflictos registrados en los habituales destinos de la emigración canaria condicionaron los flujos migratorios. Durante la primera mitad del siglo, el desplome de las exportaciones vinícolas produjo un incremento notable de las salidas hacia Cuba y Venezuela, aunque la guerra de Independencia venezolana (1810-1824) contuvo temporalmente la emigración hacia aquel país. A partir de 1875 la crisis de la cochinilla generó una nueva oleada migratoria, en este caso hacia Venezuela y Uruguay principalmente ya que Cuba sufría la llamada Guerra de los Diez Años (1868-1878). Tras la recuperación económica registrada en las islas a partir de 1890 con la introducción de los nuevos cultivos centrales (plátanos, tomates y papas), la emigración tendió a reducirse, aunque Cuba siguió siendo un destino privilegiado hasta 1920 debido al intenso crecimiento económico vivido en la isla.


Después de la Guerra Civil (1936-1939) la crisis económica y la represión política provocaron la reactivación del flujo migratorio, dirigido principalmente a Venezuela. Muchos isleños, apremiados por la miseria o perseguidos por sus ideas políticas, se embarcaron de forma clandestina en pequeños motoveleros, con frecuencia antiguos buques pesqueros, para cruzar el Atlántico. Pudieron ser más de 3.500 los canarios que arribaron en estas condiciones a Venezuela. Casi siempre hacinados y sin alimentos suficientes para el largo viaje. Así le ocurrió al pesquero Saturnino, cuyo viaje duró 86 días. La goleta Benahoare, en cambio, fue más afortunada y arribó a Venezuela en sólo 21 días. La nueva política migratoria adoptada por el dictador Marcos Pérez Jiménez en 1952 tuvo amplio eco en el archipiélago y solamente en los años cincuenta abandonaron las islas más de 72.000 emigrantes, en su mayoría procedentes de las islas occidentales. La expansión económica registrada entonces en Venezuela en sectores como el comercio, el transporte, la agricultura y la producción de petróleo favoreció la llegada masiva de emigrantes canarios, lo que justificaría la consideración de Venezuela como la "octava isla". Durante las décadas de 1960-70 muchos emigrantes regresaron a Canarias y destinaron sus ahorros a la compra de tierras, otros invirtieron en el sector inmobiliario, así como en la hostelería, el transporte y el comercio. Su contribución económica y experiencia profesional contribuyeron a la recuperación económica del archipiélago.

Canarias durante el siglo XIX

Cambios Políticos

El siglo XIX fue un periodo de grandes transformaciones políticas. Comenzó la centuria con el estallido de la Guerra de la Independencia y la invasión de la Península por el ejército de Napoleón. Para cubrir el vacío de poder se creó en 1808 la Junta Suprema de Canarias con sede en La Laguna. En Gran Canaria se creó a su vez el llamado Cabildo Permanente, iniciándose entonces el largo pleito que ambas islas sostuvieron por la capitalidad del archipiélago durante el siglo XIX. En representación de las islas acudieron a las Cortes de Cádiz (1810-1813) los diputados canarios Ruíz de Padrón, Pedro Gordillo, Santiago Key y Antonio Llarena. Los ecos de la guerra resonaban lejos del archipiélago, sometido sin embargo al acoso de los corsarios, pero en 1809 llegó al archipiélago un nutrido contingente de prisioneros franceses capturados en la batalla de Bailén. A su vez, algunos batallones isleños combatieron en la Península.


La implantación del estado liberal en Canarias supuso la desaparición de una gran parte de las instituciones administrativas y jurídicas del Antiguo Régimen, aunque estos cambios estuvieron condicionados por la evolución política posterior. Así, la Inquisición y el régimen señorial, presente todavía en las islas de Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro, fueron abolidos por las Cortes de Cádiz y parcialmente restablecidos posteriormente. Asimismo, se suprimieron los antiguos Cabildos, fundados después de la conquista, y en su lugar se crearon los ayuntamientos constitucionales, origen de la actual división municipal del archipiélago. También se creó la provincia única de Canarias, estableciéndose en 1833 la sede de la Diputación Provincial en Santa Cruz de Tenerife, lo que motivó un nuevo episodio del pleito interinsular. En el ámbito religioso se produjo la división de la antigua diócesis de Canarias al crearse el obispado de Tenerife en 1819. De este modo quedaban establecidas las bases de la organización administrativa del archipiélago.

Como ocurría en el resto del estado, la actividad política estuvo controlada de modo casi exclusivo por partidos y personalidades que actuaban en representación de los grandes propietarios agrarios y la burguesía comercial. El caciquismo y el fraude electoral eran prácticas habituales. El conflicto mantenido entre Gran Canaria y Tenerife condicionaba el panorama político y las relaciones con el gobierno del estado.

Un nuevo ciclo económico

Después de la conquista las islas disfrutaron de algunas singularidades fiscales y comerciales que favorecieron en parte su desarrollo económico, pero fue a finales del siglo XVIII cuando se emprendieron distintas iniciativas destinadas a obtener un régimen de libertades comerciales que aliviara la grave crisis económica sufrida a causa del declive de las exportaciones vinícolas. Los antiguos cabildos solicitaron a la Corte la eliminación de aduanas, la liberalización del comercio de productos extranjeros, la libertad de precios, etc. De nuevo el régimen arancelario canario fue objeto de atención durante el Trienio Liberal (1820-23), destacando la intensa actividad desplegada en las Cortes por el diputado canario de origen irlandés José Murphy y Meade. A mediados de siglo, las peticiones isleñas fueron oídas y el gobierno liberal de Bravo Murillo autorizó los puertos francos en 1852, estableciéndose en Canarias un régimen arancelario de tendencia librecambista, mientras en el resto del territorio nacional prevaleció el criterio proteccionista. De una u otra forma las singularidades económicas del archipiélago se han mantenido hasta el presente.

El vino desapareció prácticamente de las exportaciones isleñas a partir de 1814 y nunca volvería a tener importancia comercial, pero hacia 1825 ya se estaban realizando las primeras experiencias con un nuevo producto destinado a alcanzar un gran éxito: la grana o cochinilla, pequeño insecto procedente de Centroamérica que crece adherido a las tuneras y con el cual se fabrica un colorante rojo de gran calidad. Su expansión en las zonas de medianías y costas de todo el archipiélago fue favorecida por las buenas condiciones climáticas, la ausencia de las plagas que afectaron a México y Honduras, grandes países productores, la implantación de los puertos francos y, sobre todo, por el fuerte incremento de la demanda inglesa. La cochinilla llegó a suponer el 90% de las exportaciones isleñas y su momento de mayor esplendor transcurrió entre 1850 y 1870. A partir de entonces la difusión de los colorantes artificiales y la inestabilidad provocada por la guerra franco-prusiana causaron su rápida y definitiva decadencia.

La caña de azúcar y el tabaco surgieron entonces como alternativas para aliviar la dura crisis económica y social, pero pronto se revelaron insuficientes. Otros cultivos como el café o el naranjo tampoco tuvieron éxito, por lo que la emigración a América y particularmente a Cuba alcanzó niveles desconocidos hasta la fecha.

La Cultura

El panorama educativo del archipiélago era desolador: hacia 1860 el índice de analfabetismo ascendía al 87%; en 1900 el nivel había bajado al 75´26%. La carencia de escuelas públicas era generalizada y el primer instituto de segunda enseñanza se funda en 1844 en La Laguna. El panorama de la enseñanza superior tampoco era mucho mejor debido a la azarosa existencia de la Universidad, carente de fondos, sometida a repetidos cierres, etc.

Como había ocurrido en el siglo XVIII, el atraso educativo no impidió el florecimiento de cierta actividad cultural protagonizada siempre por minorías instaladas en las principales ciudades del archipiélago. En 1844 se funda en Las Palmas el Gabinete Literario y dos años más tarde la Academia de Bellas Artes en Santa Cruz de Tenerife. Una de las figuras más destacadas de esta época fue Sabino Berthelot (1794-1880), científico de origen francés y autor de la Historia Natural de las Islas Canarias. Entre los investigadores locales sobresalen Gregorio Chil y Naranjo, Agustín Millares Torres o Juan Bethencourt Alfonso. A lo largo del siglo XIX el interés de la ciencia por el archipiélago no dejará de aumentar, registrándose la visita de numerosos investigadores europeos: Humboldt, Piazzi Smith, Verneau, etc.

La actividad cultural se intensifica progresivamente: en 1869 se funda el Gabinete Instructivo en Santa Cruz de Tenerife, en 1879 el Museo Canario en Las Palmas y en 1881 la Sociedad La Cosmológica en Santa Cruz de La Palma. El periodismo muestra una gran vitalidad a finales de siglo apareciendo numerosas cabeceras en las principales islas del archipiélago. La poesía regionalista (Nicolás Estévanez, José Tabares Bartlet o Antonio Zerolo, entre otros) idealizarán el paisaje insular y la cultura aborigen. En la pintura destaca durante la primera mitad del siglo el retratista y miniaturista Luis de la Cruz y Ríos, nombrado pintor de cámara de Fernando VII. Posteriormente sobresalen Nicolás Alfaro, Manuel González Méndez y Valentín Sanz. A su vez, Teobaldo Power, autor de los Cantos Canarios, fue la figura culminante de la creación musical. Durante las últimas décadas del siglo desarrolla su actividad literaria en Madrid el más universal de los escritores canarios y figura cumbre de la novela realista española: el grancanario Benito Pérez Galdós (1843-1920), adscrito a la denominada generación del 68, y autor de los Episodios Nacionales, Fortunata y Jacinta, Misericordia, etc.

CANARIAS 1880-1936

Los puertos canarios y la influencia británica

Hacia mediados del siglo XIX la navegación a vela comenzaba a ser desplazada por los buques movidos a vapor y se hizo imprescindible la existencia de estaciones carboneras para el suministro a la navegación ultramarina. La situación geográfica de las Islas Canarias se reveló especialmente útil para las compañías navieras europeas que viajaban a los puertos africanos y, aún más lejos, a Sudamérica y a las colonias situadas en Asia y Oceanía. Ya en 1888, los cónsules ingleses en Canarias pronosticaban que las islas habrían de convertirse en una de las principales estaciones carboneras del mundo. A comienzos del siglo pasado los vapores ingleses, alemanes y franceses habían convertido al puerto de Santa Cruz de Tenerife y, sobre todo, al Puerto de la Luz, cuyas obras fueron realizadas por la compañía inglesa Swanston entre 1881 y 1902, en una de las encrucijadas más importantes de la navegación atlántica.

La actividad portuaria fue, sin duda, el sector económico en el que la presencia extranjera ejerció un protagonismo más acusado. El ámbito de las consignaciones, el carboneo, el almacenamiento y el avituallamiento de los buques son actividades prácticamente controladas por firmas inglesas y alemanas: Hamilton & Co., Miller & Co., Elder Dempster Co. Ltd., Hull Blyth Co., Blandy Brothers, Cory Brothers, Woermann Linie, etc.

El movimiento de buques en los puertos canarios confirma el predominio anteriormente señalado. Los vapores de pabellón británico ostentaron una clara hegemonía superando generalmente el 50 % del tonelaje total. Alemania, Francia, Bélgica, España y otros países ocuparán los lugares siguientes. El amarre de cables telegráficos, como el tendido en 1909 por una compañía alemana entre Tenerife y Endem (Mar del Norte), o el establecimiento de compañías carboneras alemanas provocaron conflictos diplomáticos y convirtieron al archipiélago en un escenario más de la rivalidad anglogermana.

Las empresas extranjeras invirtieron también en la infraestructura urbana. El establecimiento de servicios como el alumbrado eléctrico, el suministro de gas y agua, las comunicaciones telefónicas, los tranvías, etc. fueron objeto de fuertes inversiones inglesas, belgas y alemanas. Entre otras empresas extranjeras destacan la S.E.L.P y la Sociedad Anónima de Tranvías en Tenerife y la C.I.C.E.R. o la City of Las Palmas Water and Power Co. Ltd. en Gran Canaria. Una situación similar registró la producción agrícola donde las firmas inglesas como Fyffes Ltd. o Yeoward Brothers promovieron la comercialización de los nuevos cultivos de exportación: el plátano, el tomate y las papas, comenzando así un nuevo ciclo de la historia agrícola del archipiélago. Gran Bretaña, seguida de Alemania, Francia, Italia, la Península, etc, fue la principal receptora de las exportaciones agrícolas canarias.

En la industria turística la inversión inglesa y en menor medida la alemana fueron, asimismo, decisivas, tanto por el protagonismo de las navieras extranjeras en lo referente al transporte de los visitantes -Yeoward Brothers, British and African S.N. Co., The Union Castle Line, Cie. Belge Maritime du Congo, etc.- como a causa del mismo origen de los turistas, en su mayoría procedentes de Gran Bretaña, Alemania, Bélgica, etc. Igualmente, las mayores instalaciones hoteleras estaban en manos del capital británico: Gran Hotel Taoro, Hotel Santa Catalina, Victoria, Metropole, Martiánez, Marquesa, Quisisana, Pino de Oro, etc. Muy pronto la prensa local acuñaría el término "britanización" para hacer referencia a esta hegemonía extranjera.

Sociedad y política durante la Restauración

La reactivación económica y la influencia extranjera provocaron importantes transformaciones sociales en los principales ámbitos urbanos de Tenerife y Gran Canaria. El éxodo rural favoreció el crecimiento de las ciudades y el descenso del analfabetismo. El Partido Conservador fue fundado en Tenerife en 1875, siendo liderado por Feliciano Pérez Zamora. En Gran Canaria destacará hacia finales de siglo la figura de Fernando León y Castillo (1842-1918), fundador del Partido Liberal Canario y decidido partidario del engrandecimiento de Gran Canaria. Aunque los grandes propietarios agrarios y la burguesía comercial siguieron dominando la estructura social, otros sectores como las clases medias y trabajadoras adquirieron mayor protagonismo. Con el cambio de siglo, la implantación de nuevas formaciones políticas, como el Partido Radical en Tenerife y el Partido Federal en Gran Canaria, así como la aparición del movimiento obrero, permitieron la incorporación al panorama político de nuevos sectores de población. El régimen establecido en 1874 con la restauración de la monarquía en la figura de Alfonso XII comenzaba a ser cuestionado.

Especial importancia tuvo la aparición de una numerosa población trabajadora debido al desarrollo industrial (sector tabaquero, alimentario, etc.), el crecimiento de la infraestructura portuaria, la agricultura de exportación, los servicios urbanos, etc. En estos ámbitos laborales surgieron las primeras asociaciones obreras en torno a 1900. Las malas condiciones de vida de la clase trabajadora (largas jornadas de trabajo, inseguridad, miseria, etc.) favorecieron la implantación de numerosas organizaciones obreras, como las Federaciones Obreras de Tenerife y Gran Canaria, fundadas ambas en 1914, y la Confederación Regional del Trabajo de Canarias, creada en 1932.

El panorama político estuvo condicionado en gran medida por la lucha por la capitalidad provincial. El pacto establecido entre León y Castillo y Pérez Zamora mantuvo el pleito en estado latente durante los primeros años de la Restauración, pero muy pronto se desata la pugna por obtener la división de la provincia. En 1912 se crearon los actuales Cabildos insulares, medida con la que se intentó satisfacer a ambas partes. Pero el conflicto se acentuó y en 1927 se produjo la división administrativa del archipiélago, creándose las provincias de Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife.

Como había ocurrido en siglos anteriores, la evolución política internacional siguió ejerciendo una influencia decisiva en el archipiélago. Los episodios que mayor repercusión tuvieron en las islas fueron la guerra hispano-norteamericana de 1898, pues llegó a temerse que los Estados Unidos ocuparan las islas como finalmente ocurrió con Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y la I Guerra Mundial (1914-1918), durante la cual se registró una grave crisis económica y social debido a la paralización del tráfico marítimo y la interrupción de las exportaciones fruteras.

La creación cultural

l primer tercio del siglo XX fue un periodo de intenso florecimiento cultural. La paulatina mejora de la situación educativa, el descenso del analfabetismo, el desarrollo de la prensa y la influencia extranjera favorecieron la actividad cultural en los principales núcleos urbanos del archipiélago. Todo ello permitió que los intelectuales isleños siguieran muy de cerca la evolución de las vanguardias europeas. Los primeros años del siglo XX asistieron al desarrollo de corrientes artísticas como el impresionismo y el modernismo, en el que sobresale el pintor Néstor de la Torre (1887-1938). El modernismo fue especialmente fecundo en el ámbito poético destacando autores como Tomás Morales (1885-1921), Alonso Quesada (1886-1925) y Saulo Torón (1885-1974). En 1918 se fundó en Las Palmas la Escuela Luján Pérez, centro fundamental de la creación artística del archipiélago durante la década de 1930 y en la que se formaron artistas como Jorge Oramas (1911-1935), Eduardo Gregorio (1903-1974) o Felo Monzón (1910-1989), fieles a una corriente indigenista que revalorizaba la cultura prehispánica y las tradicionales populares. Durante los años treinta, la publicación de la revista Gaceta de Arte (1932-1936) contribuyó a introducir en las islas el surrealismo, entre cuyos cultivadores destacó el pintor Oscar Domínguez (1906-1957), el escritor Agustín Espinosa (1897-1939) y el poeta Pedro García Cabrera (1905-1981). En 1935 se celebra en Santa Cruz de Tenerife la I Exposición Surrealista con obras de Dali, Max Ernst, Miró, etc. La arquitectura también siguió estrechamente la evolución de los estilos europeos. A comienzos de siglo Laureano Arroyo introdujo el modernismo, de gran arraigo en Canarias (Las Palmas, Santa Cruz de Tenerife, La Orotava, etc.). El aislamiento producido por la I Guerra Mundial favoreció la aparición del eclecticismo, hasta que a finales de la década de 1920 se construyen los primeros edificios racionalistas. Miguel Martín Fernández de la Torre fue el arquitecto más representativo de la nueva corriente, recibiendo el encargo de proyectar la sede del Cabildo de Gran Canaria. En el ámbito científico sobresalen personalidades como el físico Blas Cabrera (1878-1945) o el paleógrafo Agustín Millares Carló (1893-1932).E

Canarias 1936 - 2016

Cambios Políticos

El 18 de julio de 1936 las tropas con guarnición en Canarias secundaron el golpe de estado promovido por un sector del ejército y las islas quedaron incorporadas a aquella parte del territorio nacional que se había sublevado contra la República. El archipiélago no fue escenario de la guerra civil y los episodios de oposición al levantamiento militar, registrados en Gran Canaria, Tenerife y La Palma, fueron de escasa importancia y rápidamente reprimidos. El capitán general de Canarias, Francisco Franco Bahamonde, abandonó pronto el archipiélago para ponerse al mando del ejército de Africa, comenzando así una contienda que duraría tres años.

La represión política y sindical que siguió al estallido de la guerra se prolongó hasta bien entrados los años cuarenta. Los prisioneros y represaliados se contaron por miles, una gran parte fueron fusilados, otros fueron deportados o condenados a trabajos forzados. La cifra de desaparecidos, fugados y emigrados políticos está aún por determinar. La mayoría pasó largos periodos de internamiento en las prisiones militares de Fyfffes en Tenerife o los campos de prisioneros de La Isleta o Gando en Gran Canaria. Las consecuencias de la guerra fueron desastrosas para el archipiélago debido a la desarticulación comercial y al aislamiento internacional a que se vio sometido el nuevo régimen. Por si fuera poco, el estallido de la II Guerra Mundial contribuyó a agravar aún más la situación. El desabastecimiento de productos básicos obligó a imponer una economía de guerra dirigida por la Comandancia Militar y por el Mando Económico, cuyas medidas más conocidas fueron el control de los precios y el racionamiento. Distintas formas de contrabando florecieron entonces. La penuria era generalizada.

Las décadas que siguieron estuvieron marcadas por la Guerra Fría y el posterior reconocimiento del régimen por los EEUU y las potencias aliadas. Acontecimientos como el cierre del Canal de Suez en 1967 o el proceso de descolonización africano pusieron de relieve la importancia de la situación geográfica de Canarias. Los principales puertos y aeropuertos isleños cobraron un renovado interés en los planes estratégicos de la OTAN. A su vez, el conflicto del antiguo Sáhara Español volvió a convertir a Canarias en una región inestable.

Por fin, tras la muerte del general Franco en 1975 se inició el periodo conocido como la Transición Política, aprobándose en el archipiélago la Ley de Reforma Política (1976) y la Constitución Española (1978) con un amplio respaldo popular. Con ello quedaba restablecido en las islas, al igual que en el resto del estado, un régimen constitucional que ha garantizado hasta el presente el ejercicio de los derechos y deberes democráticos de los ciudadanos. En agosto de 1982, y en aplicación del artículo 143 de la Constitución tuvo lugar la aprobación del Estatuto de Autonomía de Canarias, accediendo el archipiélago al autogobierno. Desde entonces se han sucedido ocho legislaturas autonómicas alternándose en el ejecutivo de la Comunidad gobiernos socialistas, centristas, nacionalistas y de coalición.

Economía y Sociedad

Superados los efectos de la Guerra Civil y los años inmediatamente posteriores, la población de las islas registró un crecimiento sin precedentes. La reducción de la mortalidad, debido a la mejora de los servicios sanitarios, combinada con una tasa de natalidad superior al 30º% permitió que la población de las islas pasara de 680.294 habitantes en 1940 a 1.170.224 en 1970, registrando el archipiélago uno de los porcentajes más altos de población infantil y juvenil de todo el estado. Al mismo tiempo, durante la década de 1950 y 1960 se produjo una intensa corriente emigratoria hacia Venezuela. En enero de 2012 la población del archipiélago ascendía a 2.114.214 habitantes.

La recuperación económica producida a partir de 1960 gracias a la expansión turística y al desarrollo del sector servicios provocó una redistribución de la población, que dejaría de ser mayoritariamente rural para desplazarse a las capitales, principales ciudades y zonas turísticas. Será en estas últimas donde ha pasado a residir el motor económico del archipiélago, convertido en uno de los destinos turísticos más importantes de Europa. Capitales de procedencia muy diversa han permitido la aparición de grandes concentraciones hoteleras en el sur de Gran Canaria y Tenerife, así como en las islas de Lanzarote y Fuerteventura, que han salido de su tradicional marginación gracias a lo que ha dado en llamarse turismo de masas. Si en 1960 el número de turistas que visitó el archipiélago ascendió a 73.240, en 1970 era ya de 2.011.024 y en 2010 fue de 10.537.983, en su mayor parte ingleses, alemanes y peninsulares. Asimismo, la incorporación de España a la CEE, hoy Unión Europea, ha tenido una gran repercusión en las islas. La consideración de Canarias como una Región Ultraperiférica, así como la aplicación en las islas de la política agraria y de la legislación comercial y aduanera comunitarias, han contribuido al sostenimiento de la actividad económica y a la mejora de las infraestructuras.

La modernización de la estructura socioeconómica vino acompañada de consecuencias no deseadas como la masificación urbana, no exenta de episodios de marginalidad y chabolismo, la elevada densidad demográfica, la inmigración irregular, así como de la especulación y el deterioro medioambiental. El crecimiento económico, que en ocasiones ha rondado el 6% del PIB, se vio interrumpido a partir de 1973 debido al alza de los precios del petróleo y la crisis económica internacional, de nuevo en 1992 y, finalmente, a partir de 2008 con la crisis financiera e inmobiliaria registrada en la actualidad. Aunque el turismo ha demostrado una gran vitalidad frente a las crisis sucesivas, otros sectores como el primario se encuentran en declive a causa de los problemas estructurales (costes de producción y comercialización, etc.). Finalmente, la construcción es el sector que mayor dependencia ha reflejado respecto de la evolución económica general, sufriendo en la actualidad un grave retroceso que ha motivado el cierre de numerosas empresas y un aumento del paro que ha alcanzado en las islas la cifra de 289.032 personas en noviembre de 2012.

Cultura e Investigación

La mejora paulatina de los servicios educativos permitió una notable reducción del índice de analfabetismo que pasó del 33´2% en 1950 al 12´7% en 1950, todavía superior a la media nacional. La extensión de la enseñanza secundaria, especialmente a partir de 1970, así como la ampliación de la Universidad de La Laguna y la fundación de la Universidad Politécnica de Las Palmas en 1979 (refundada como Universidad de las Palmas de Gran Canaria en 1989) facilitaron el acceso a la enseñanza superior. Al amparo de las universidades y centros de investigación como el Instituto de Astrofísica de Canarias ha venido desarrollándose en las últimas décadas una importante actividad investigadora en campos como la química, la observación astronómica o la biología.

Con el comienzo de la Guerra Civil la actividad artística en las islas sufrió una brusca interrupción debido a la censura impuesta por el nuevo régimen y a la persecución de una gran parte de los intelectuales. Algunos como Domingo López Torres o Luis Rodríguez Figueroa desaparecieron o fueron fusilados, otros como Pedro García Cabrera o Agustín Millares Carlo hubieron de exiliarse. Hay que esperar a 1947 para observar una primera muestra de vitalidad en la creación literaria local con la publicación del poemario Antología cercada, primer testimonio de la poesía social española de posguerra. Otros poetas y escritores que desarrollaron su actividad durante los años 1960-70 fueron Félix Casanova de Ayala, Julio Tovar, Luis Feria, etc. En la narrativa destacaron Isaac de Vega o Rafael Arozarena. Con mayor proyección popular y varios títulos llevados al cine se encuentra el novelista Alberto Vázquez Figueroa.

La Guerra Civil también interrumpió el desarrollo de la creación plástica insular, pero con el traslado a Madrid de César Manrique, posteriormente instalado en Lanzarote donde desarrollaría su ideal artístico, y de otros autores como Cristino de Vera, Manuel Millares y Martín Chirino, la obra de los creadores canarios alcanzaría relieve internacional a partir de los años sesenta. En 1973 se celebró en Santa Cruz de Tenerife la I Exposición Internacional de Escultura en la Calle con obras de A. Calder, Henry Moore, Pablo Gargallo, Julio González, etc. A su vez, la primera arquitectura de posguerra estuvo definida por la aparición del llamado estilo neocanario, combinación de formas tradicionales y aportes foráneos que se plasmó en numerosos edificios oficiales. En los últimos tiempos la arquitectura producida en las islas ha seguido las tendencias internacionales, destacando proyectos como el Auditorio Alfredo Kraus en Las Palmas, obra de Oscar Tusquets, y el Auditorio Adán Martín en Santa Cruz de Tenerife, del arquitecto Santiago Calatrava.

Marrero García, Aarón.  Facultad de Educación - Universidad de La Laguna. San Cristobal de La Laguna. 
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